(pero no a la vez, la necrofilia no es una de mis aficiones... todavía)
Haciendo un breve -"breve"- descanso del estudio del uso de psicofármacos en embarazo y lactancia, me he decidido a escribir acerca de estos temas que me vienen rondando últimamente en la cabeza y, sobre todo, del por qué son los grandes tabús (¿tabúes?¿tabuses?) de nuestra sociedad. Porque, por muy liberales que aparentemos ser, la sexualidad parece ser algo prohibido de nombrar. Está ahí, claro, pero quien se atreva a hablar de ello algo más de lo considerado "normal" es tildado de depravado, pervertido o de estar más salido que Alfredo Landa en Mallorca. Y ya sobre la muerte, mejor ni hablamos... eso mismo: ni hablamos. Algo inexplicable teniendo en cuenta que se trata de dos de nuestros instintos más básicos.
Pues eso, parrafaquer en 3, 2, 1...
Sobre la muerte. Desde hace un mes y pico estoy realizando la rotación por Salud Mental de Enlace (para quien no sepa de qué va: visitar y realizar seguimiento a pacientes ingresados en otras plantas distintas a Psiquiatría, sean pacientes con patología psiquiátrica o no), y, para bien o para mal, tenemos bastante contacto con el proceso de enfermedad terminal y muerte. Esto me ha hecho ser consciente del manejo que tenemos las personas de este tema y de las angustias que nos genera, tanto al paciente, como a su familia, como a los propios profesionales sanitarios. En mi vida, por suerte, no he sufrido muchas pérdidas de personas allegadas, aunque sé que tarde o temprano tendré que enfrentarme a ello. Con lo que sí he tenido un contacto más personal ha sido con enfermedades graves o de mal pronóstico, y ahora, viéndolo de manera retrospectiva, me doy cuenta de lo "prohibido" que estaba (y está) hablar de eso en mi casa. En concreto, el caso del que hablo es de varios familiares con enfermedad de Alzheimer: una ya fallecida, otra con la enfermedad avanzada y otro en fases iniciales. En el primer caso, era muy niña y ni me enteré. Sólo sabía que mi tía "estaba mala" y que cada vez podíamos ir menos a visitarla. En los otros dos casos, que "están ahí" ahora mismo... bueno, pues sé lo que les ocurre y en qué estado se encuentran, pero porque he preguntado directamente. En casa es algo de lo que no se habla. Por un lado lo entiendo: es una enfermedad grave, conocemos el pronóstico y cómo van a ir evolucionando. Hablar de ello implica tenerlo más presente y, por tanto, que duela más. Pero... ¿por qué tiene que ser así? Creo que sería mucho más sano el hablar abiertamente del tema, comentarlo entre la familia y que no sea algo que, como ya he dicho que sucede en mi caso, está ahí y no puede ser nombrado. Esa es mi situación, pero día a día veo muchas similares o bastante más dramáticas. No son pocas las ocasiones en las que otros médicos nos solicitan valoración para abordar este tema, ya sea a petición de la familia, del paciente o del propio médico. Y, en casi todas esas ocasiones, nosotros no hacemos milagros, llegamos con nuestra psiquivarita mágica y ¡tachán! alegría, jolgorio y confeti para todos. No, lo que hacemos sencillamente es dar un apoyo: dejar que el paciente y/o la familia expresen qué es lo que sienten, que lo pongan en palabras y darles a entender que esos sentimientos son normales y no deben guardárselos. La mayoría de las veces nos genera más angustia el cómo dar la mala noticia y la decisión de darla o no que la propia noticia en sí. Yo soy de la opinión de que todo paciente tiene derecho a conocer su diagnóstico y pronóstico. Por supuesto, hay excepciones: no sirve de mucho decirle a un abuelito demenciado y en fase terminal que le quedan 2 días de vida... probablemente los escasos momentos en los que esté lúcido esto sólo servirá para angustiarlo más aún. Pero eso: casos puntuales. En el resto de ellos, deberían saberlo. Saberlo y tener la oportunidad de expresar qué sienten, de llorar y de que alguien les permita llorar (¡a cuántos familiares/personal sanitario he escuchado decir: "¡pero no llores!"!) y de que se les permita también tener la oportunidad de dejar cerrados "sus asuntos": despedidas, reconciliaciones, últimos proyectos...
Somos médicos, sí, y luchamos contra la muerte. Pero también debemos comprender que la muerte es una parte natural de la vida, y tenemos que hacer que los últimos días de una persona se vivan de la mejor manera y con la mayor naturalidad posible.
(esta última parte me ha quedado muy a lo monólogo de fin de capítulo de "Anatomía de Grey"... con la tirria que le tengo a la protagonista, ¡arg!)
Sobre el sexo (lo estabais deseando, eh, pillines?). La sociedad en la que vivimos varía entre la represión mojigata y la salidorrez, hablando en términos complejos psiquiátricos. Pongo nuevamente mi experiencia como ejemplo: yo me tiro hasta las farolas nunca he tenido una educación sexual propiamente dicha. Dos-tres charlas en el colegio e instituto, con sus risas de púberes-adolescentos granujientos de fondo y la típica señora haciendo la demostración poniendo un condón a un intento de molde de pene que más bien parece un plátano de Canarias (con manchas y todo... con este comentario parece que soy muy falo-exigente, ahora que lo pienso); en casa, nada. Ni la típica charla de las abejitas y la semillita. Para bien o para mal, desde que tengo uso de razón he visto porno leído todo lo que caía en mis manos, entonces en parte he aprendido por ahí y en parte por lo típico: las amistades, la tele, la Superpop y la Bravo (memorable ese apartado de "la postura de la semana", con posiciones que ni un acróbata del Circo del Sol untado en aceite podría hacer). Por suerte, creo que no tengo ideas extrañas en la cabeza sobre el tema, y no me importa hablar de ello abiertamente con quien sea. Esto sí que ha hecho que, con determinadas personas, me vea un poco cohibida por la actitud, comentarios o miradas de "tú lo que estás es más caliente que el queso de un San Jacobo". Repito lo que dije hace dos párrafos y tres cuartos: no entiendo por qué. ¿Qué hay más natural que el sexo? El no hablar de esto abiertamente da lugar a lo que he dicho: pasar de estar reprimido a estar depravado. Si en una casa se trata esto como algo totalmente prohibido ("¿que el niño se hace pajas? ¡atémosle las manos a la cama para que no se toque y no lo castigue el Señor!"), el adolescento en cuestión crecerá con la idea de que es algo malo y, cuando le llegue el momento de experimentarlo, o no sabrá qué hacer (ya que no conocerá su propio cuerpo) o lo vivirá como algo traumático o se bloqueará. En el lado contrario, pero por la misma causa: no se habla del tema en casa, pero ahí está internet y esas maravillosas series de instiputo tipo "Física o Química", donde te enseñan que lo normal a los 14 años es irte a una fiesta de petting después de haberte fumado 2 porros y bebido media botella de vodka del Mercadona tú solito. Y sí, claro, de cada 10 episodios entre orgías púberes, comas etílicos y violaciones consentidas introducen un episodio especial en el que, de repente (hasta el violador, oiga) todos están súperconcienciados y usan condón hasta para ir a un baño público. Insuficiente, en mi opinión. Tengo varios conocidos/amigos a los que les he escuchado la barbaridad de que se han acostado con alguien sin usar protección porque la chica en cuestión tomaba la píldora. Y no hablo de conocidos/amigos quinceañeros precisamente. Almas de cántaro: ¿sabéis todo lo que podéis pillar? Cuando les he respondido esto y les he aconsejado, en caso de que sean relaciones estables, que tanto ellos como sus parejas se hagan analíticas de ETS, me han puesto el grito en el cielo: "¡Como si mi maromo fuera un putero!", "Illa, ¿me estás diciendo que Menganita ha sido un poco guarra antes de estar conmigo?". ¡Que no, copón! Que no hay que ser un putón verbenero para padecer algún tipo de enfermedad de transmisión sexual. Y que por muy limpitos y sanos que seamos todos, no conocemos los hábitos ni el pasado de cada persona con la que ha mantenido relaciones nuestra pareja. Y si me alegan que el pedir lo de la analítica al novio/a es una muestra de desconfianza, mal vamos: ¿desconfianza por querer hacer las cosas bien? El día que yo vuelva a tener pareja estable (seguramente esto será el día en el que se acaba el mundo según los mayas) y éste me pida eso, lo haré tranquilamente (sobre todo sabiendo que soy un poco guarrilla).
En fin, amigüitos lectores que, como yo, habéis hecho un "breve" descanso de vuestras tareas para leerme, concluyo esta entrada diciendo que, en mi opinión, la base de todo es la comunicación y el permitir expresarnos libremente, siempre sin hacer daño y teniendo en cuenta y respetando las opiniones del otro. Si las cosas se hablaran cuando deben hablarse, todos gozaríamos de una mejor salud mental, sexual y tendríamos la piel radiante (y por las mañanas estaríamos de un dicharachero que ni los del anuncio de All-Bran).
Besitos, abrazos y palmaditas en el culo.
Bravo
ResponderEliminarSabias palabras. Curioso blog. No dejes de escribir!
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