Lectores kapowskianos, ayer comenzaron los actos de asignación de plaza MIR y, viendo lo escogido y lo escogible, me han venido ideas para un par de entradas o una mu larga, pero no quiero mezclar cosas y que os sangre el lóbulo parietal izquierdo; así que me decanto por la primera opción y hoy os voy a contar cómo fue mi experiencia (religiosa) del día de la elección, previos y posteriores. Comencemos...
(musiquilla de cuento feliz)
Corría el año 2010, a mediados de abril si la memoria no me falla, cuando la señorita Kapowski aquí escribiente y su señorita hermana cogieron rumbo a Madrid con sus maletitas y un tocho de folios con las plazas disponibles y que me interesaban encima. Como ya os conté hace un par de entradas, mi idea inicial era escoger Medicina Interna y no en Sevilla, ni siquiera en Andalucía. De hecho casi llego al cabo Finisterre buscando hospitales para hacerla. Tuve la suerte de ser la primera de mi día en escoger, por lo que cuando se cerró el turno del día anterior ya sabía a qué podía optar. Quedaban muchas plazas de Interna, una ó dos de ellas en Sevilla, y la de Psiquiatría de Valme (der Varme, perdón). A mi se me había abierto un par de días antes ese claro celestial en mi mente que ya os comenté, y estaba decidida a escoger Psiquiatría, ya fuera en Sevilla, en Málaga o en el faro del susodicho cabo Finisterre; pero el hecho de haber estado unos 3-4 meses pensando en coger Interna e informándome sólo acerca de ella, y sumado a que soy lo más dubitativo de this world, pues me chirriaba en la mollera. La noche antes me telefonearon mis señores padres, ya sapientes de las plazas que había. Mi señora madre, esa buena mujer que cuando se enfada conmigo me dice cariñosamente "hija de la gran puta sin ser yo puta", estaba más contenta que unas castañuelas viendo que quedaba Interna en Sevilla (normal, no quería que yo me alejase mucho, soy asquerosa adorable) y yo les expuse mi duda entre eso y Psiquiatría. Pase la noche bien, tranquila, porque realmente esa duda era inexistente, y cuando me levanté el día P (de plaza y de psiquiatría), mi hermana y mi tía (otra gran mujer, que apenas alcanza el metro y medio y que en una ocasión se lió a golpes contra un atracador con una barra de pan) me miraron expectantes y preguntaron: "¿Qué, qué va a ser?", yo les dije tan pancha "Pos Psiquiatría, qué va a ser" (gran diálogo para un gran momento). Cogimos el autobús hacia el Ministerio de Sanidad con bastante antelación (que soy la primera, leñe, que no aparezca un listo ni un rezagao y me birle lo que es mío!) y nos plantamos en la puerta a la espera de que aquéllo comenzara. Empezó a llenarse de gente, muchas caras conocidas, varios amigos ("¿Qué, sabes ya lo que vas a coger?""No, no..." <- mentira podrida, que estábamos todos callados como p*tas para evitar que nos robaran nuestro teeesooroooo), y una señora comenzó a decir los nombres por orden numérico para que fuésemos entrando en la sala. Al ser yo la primera, tuve que esperar que se llenara por completo, unas 350 personas. En esos momento ya sí que me encontraba algo tensa, pero no por la elección en sí, sino una tensión vesical, y es que, hablando en plata, me meaba de mala manera. Por fin se llenó la dichosa sala, pero allí no aparecía nadie (nadie de los que tenía que dirigir el cotarro, me refiero). Cinco minutos, diez minutos, veinte... no sé cuánto tiempo fue realmente, pero para mi y para mi vejiga se hizo eterno. Cuando, por fin, aparecen los "dirigentes del cotarro", empiezan explicándonos cómo se va a realizar el acto de asignación. Otros diez, quince, veinte minutos, 19 días y 500 noches, de sufrimiento para mi ya evidente globo vesical. Me agarraba fuertemente a mi asiento, mi compañera me sonreía tímidamente en plan "¿Le meto un orfidal debajo de la lengua o se lo tomará a mal?", la señora dirigente del cotarro no paraba de hablar. Por fin de los porfines empezó la cosa, y casi antes de que acabaran de decir mi nombre y número ya había volado o me había teletransportado detrás del señor del ordenador.
- "Psrerweifrnncvblbciurbajhtía en Vabdikwbekrme", tuve que decir, apretando mis piernas en un intento de no desatar las cataratas del Niágara allí mismo.
- "¿Perdona?" me preguntó el buen señor del ordenador.
- "PSI-QUIA-TRÍ-A-EN-VAL-ME-SE-VI-LLA", logré vocalizar.
Lo anunciaron por megafonía (algo así como un bingo satánico para el resto de los electores allí presentes) y yo salí a la velocidad de la luz de la sala, cogí los papeles y el librito que me dio una chica, balbuceé algo como "gracias" a un señor que me felicitó, localicé el baño y... aaahh... ya era feliz. Espera, espera, ¿qué he cogido?. Ni en ese momento ni, hasta mucho después, fui consciente. Salí del Ministerio, mi hermana me felicitó, esperé a que saliesen mis amigos y conocidos y nos fuimos a visitar una exposición del Museo Thyssen, pa que se viera que aparte de médicos éramos gente culta e interesante. Después de eso, buscamos un Burger King pa ponernos cerdos, que es lo que pega en estas ocasiones y fiestas de guardar (sobre todo después del Museo Thyssen), y echamos la tarde en el Jardín Botánico de Madrid (gran idea para una alérgica en mitad de la primavera, sí señor). Al día siguiente regresé a mi home sweet home, mi familia me felicitó, mis padres como locos llamando a toda la parentela, venga a leer mensajes en el tuenti/feisbu ("tíaaaa, psiquiatríaaaaa, lo que tú siempre queríííaaassss!" , "nos curarás a todos""qué gracia que tú escojas psiquiatría" <- este último fue el más repetido). Como ya he dicho, ahí tampoco era muy consciente de lo que había escogido. Estaba tan hecha a la idea de que me iba al norte a pasar frío y a volverme internista que no sabía cómo debía sentirme, ¿mal? ¿bien? ¿aliviada? ¿aterrorizada?. Al cabo de unos días me presenté en el hospital, y conocí a las que dentro de poco serán mis R4, a algún adjunto y a algún que otro paciente ("¡Señorita, tiene usté un cigarrito, eeh, eeh, señoriitaa!"), me comentaron (mis R grandes, no los pacientes) que el que iba a ser mi tutor de la residencia estaba en un sitio llamado El Tomillar, así que me informé sobre cómo llegar y me planté allí al día siguiente. Mi primer pensamiento al bajar del autobus y ver aquéllo fue "¿Pero esto qué es? ¿Un cortijo?", y es que entre tanto olivo y el aspecto del hospitalito, faltaba Curro Jiménez con su trabuco para completar el cuadro. Me perdí, a pesar de que el sitio es pequeño (me pierdo hasta en mi cuarto) y al fin localicé la unidad de Salud Mental. Conocí a mi tutor, yo algo cortada, él un señor simpático que me infundía respeto y que me dijo que para estar en esta especialidad me tenía que gustar hablar (algo a lo que mi madre comentó: "No sabe ese hombre a quién le ha dicho eso"), y vuelta a casa.
(fin de la musiquilla de cuento)
Y esa fue mi experiencia. Ahora, un año después y sintiéndome vieja porque ya tengo un residente pequeño, recuerdo esos días como bastante gratos y, sobre todo, con mucha incertidumbre. Incertidumbre que aún tengo, me veo vieja, sí, pero también muy "verdecita"; y sé que el mundo de la Psiquiatría es taaaaan amplio que apenas sí he comenzado a descubrirlo. De lo que sí estoy segura es que si a día de hoy me dieran a escoger de nuevo entre todas las especialidades posibles en cualquier lugar, seguiría escogiendo esto. Por eso, y ya para terminar (síííí, por fin, esta entrada acabaaaa! al que haya llegado le doy un minipunto), un consejo por si por casualidades de la vida algún pre-elector MIR lee esto: no os guiéis por la numeritis y escoged con el corazón.
Besiños, abrazos, palmaditas en el culo y hasta la próxima.